De vuelta al pueblo


Aquella mañana era muy fría.

No sé dónde estaba la burrita, pero íbamos caminando.

Había mucha nieve al bajar por el “rincón del Endriná todos los bujeros de los conejos, estaban taponaos.

Era muy temprano, estaba amaneciendo aún, pero antes que nosotros, ya habían cruzado el camino varios jabalines, que habían dejado sus huellas al jundirse en la nieve.

La abuela tenía priesa, caminaba rápido, con las manos bajo el mandil, metidas en los bolsillos de la bata., arrebujada en la mantilla negra.

Los chinatos, cubiertos de nieve, no sonaban al caminar, sólo había silencio aquel día.

Cuando llegamos a ese sitio que sólo nosotros sabíamos, ese donde se cogía la mejor tierra amarilla para jalbegar la puerta de la casa, le dije a la abuela:

- Abuela, tengo que volver cuando haya que jalbegar, porque los calderos pesan mucho para subirlos a las aguaeras tú sola.

Pero ella no contestaba nada.

Y al llegar a la mimbrera, al pasar por entre los rebaños de cabras y ovejas, cuando los perros comenzaron a correr y ladran entre las escobas y chaparras, le dije de nuevo:

- Abuela a mi no me dan mieo los perros y algún día, puedo ir con el tío de zagal, cuando el abuelo lo necesite. Yo sé hacerlo…

Pero ella, sólo caminaba y caminaba.

Al llegar al Vargel, cuando le cruzamos por las piedras grandes que tanto miedo me daban, le volví a decir:

- Abuela, es mejor que en el invierno esté contigo en La Raña, porque si vienes sola al pueblo y el río lleva mucho agua...

Pero la abuela no contestaba nada.

En la fuente de la teja, cuando ya llevábamos mucho tiempo caminando sin parar, la abuela se paró bajo las encinas:

-Tienes que ir a la escuela. Me dijo. Tienes que ir a la escuela…

Me hubiera gustado decirla que no hacía falta, que el abuelo sabía todo. Que hasta los libros que estaban escondidos bajo la cama grande, me los sabía…

Me hubiera gustado decirla que ya nunca me confundía y que el abuelo estaba muy contento…

Pero, me callé el resto del camino, sin decirle nada.


Porque a la abuela, cuando estaba muy triste, era mejor no hablarla y ese día lo estaba, que yo lo sabía.

8 comentarios:

Chayo dijo...

Jo... tu abuelita estaría muy triste por tener que llevarte al pueblo... Anda que no echaría en falta todas tus trastaditas... Oye, ¿¿No acabarán aquí tus historias?? Un abracito.

Pilar M Clares dijo...

Qué bonico, las dos tristes, pero la ingenuidad es la única capaz de encontrar las estrategias para mitigar la melancolía.
Por cierto, que ¡¡¡allí te reencontrarías con las mellizas!!!Ay, la que te espera.
Sigue creciendo, amiga.
Beso y a la escuela, sacabao!

Anónimo dijo...

(La prima Coral desde Alía)

Gracias por regalar momentos tan maravillosos.

Anónimo dijo...

Me están gustando mucho las historias que narras. Creo que se aproximan mucho a la realidad vivida en aquellos años.
También me hacen pasar de la sonrisa a la melancolía. No se tú realmente al escribir que es lo que sientes. Tiene que ser una sensación muy especial.
Un beso prima.

Anónimo dijo...

Hola guapetona, que tal?
ya tienes en la web de la Agrupación tu enlace.www.agrext.ch
Me encanta las historias que escribes de la raña, los abuelos y tíos.
La verdad me emociono y puedo ver a la abuela Rufina caminando deprisa y con gracia, si cierro los ojos me parece verla llegar de la Raña llamar a la Nicasia y decir ya estamos aquí, y a mi madre abrazándola y ofreciéndola un trozo de pan, un café o un baso de agua.
Eso si que era sana amistad, que pena que esos valores se perdieron ahora el mundo va demasiado deprisa, y ni siquiera conocemos al que vive puerta con puerta, para mi aquellos tiempos aunque con pocos recursos fueron felices y no me importaría vivirlos de nuevo.
Ya sabes que si quieres venir por estas tierras aquí tienes tu casa! Te mando un fuerte abrazo y espero tus noticias.
Petri.

Celeste dijo...

Petri Cruz es una extremeña por los cuatro costaos que ama profundamente la tierra de nacencia que nos une.
Nuestra infancia, vivíamos una enfrente de la otra, estuvo llena de vivencias en común, de mucho cariño de muchas horas compartiendo.

Sus padres, el tío Nicasio y la tía Nicasia, fueron no sólo los que me recogieron en el serón de cebollas trayendome a casa, cuando nací(ver el primer texto)...sino parte de mi familia por derecho y por la gran carga de amor que siempre recibí de ellos.
En el corazón quedan, como todo aquello hermoso que vivimos y nunca nada podrá hacer que desaparezca.

Un abrazo siempre a todos los que hicieron esos años, los que contribuyeron a que los viviera con tanta intensidad y tanto amor del bueno.
Gracias siempre!

Celeste dijo...

Coral, Francisco, Pilar, Chayo, Lucía, MariJose, Marimar, Juanita...y tantos que me animáis a seguir escribiendo: gracias. Vuestras palabras, ya os lo he dicho alguna vez, son manta calentita donde cobijarse.

Kresala dijo...

gracias por tus ánimos, un beso para tí también.